De cuando las Escalopas Radioactivas invadieron el aire

- La escalopa se me antoja radioactiva - confesó Laura sin quitar los ojos del plato combinado.

Ah, la Escalopa. Ésa era la clave: el poder que la Escalopa estaba ejerciendo sobre Aizun no pasaba desapercibido a la mirada de Laura, so musa, que rehuía ese trozo de carne consciente de cuántas incoherencias, cuántas rabietas mentales y cuánto aplatanamiento le estaba costando a su compañera la ingesta esporádica de la ya citada Escalopa.

La Invasión de las Escalopas Radioactivas tuvo como consecuencia un aumento de la apatía y el agilipollamiento congénito de Aizun.
Los aceitosos efluvios del monstruito (la Escalopa, no Aizun) sumieron a la afectada en una pesadilla consistente en alucinaciones medieval-chill-out de horas ante la pantalla, trenes nocturnos, delirios Dylanísticos, egolatría maníaca, agujetas en el cuello, calambres en el estómago, cosquillas bajo los ojos y cuernos rotos por culpa de zapatos regalados.

Las escalopas radioactivas fueron las culpables de que Aizun regurgitara la cota de malla, interrumpiendo así su período vacacional de inconscientes ensoñaciones sobre luces amarillas, esnifamientos de cuellos y carcajadas fuera de contexto.

Pero la tiranía de las Escalopas Radioactivas pronto llegaría a su fin, cuando Aizun decidió contraatacar con sus mejores armas:

Lentejas y Coca-cola - o, en su defecto, Aquarius de Naranja.

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